Con el protagonismo que cuenta actualmente en el escenario pesquero nacional, fuera de sus conflictos, resulta interesante abordar el desarrollo del agregado de valor del Langostino (Pleoticus muelleri) en nuestro país. El futuro del langostino argentino no está solo en su calidad natural, sino en su capacidad para diferenciarse, innovar y generar mayor valor agregado frente a una competencia global que avanza cada vez más.
En la actualidad, es la pesquería más importante en términos económicos de la Zona Económica Exclusiva Argentina (ZEEA), con valores de exportación que han superado en promedio los 1.000 millones de dólares anuales y las 145.000 toneladas en los últimos cinco años.
En los mercados internacionales, el langostino se presenta como un producto salvaje, austral, con una textura y sabor únicos y de los más valorados del mundo. Sin embargo, a pesar de sus características, se enfrenta a una especie altamente competitiva, que no lo supera en calidad pero sí en volumen: el Vannamei (Litopenaeus vannamei).
El Vannamei, producido principalmente en países del sudeste asiático y en América Latina, sobre todo en Ecuador, es un Camarón de cultivo a gran escala y sin todas las vicisitudes de la pesca marítima, con características visuales más pálidas, con menos sabor y menor cantidad de carne. Aun así, actualmente ganó una gran relevancia en los mercados. Solamente Ecuador, en el año 2024 exportó un total de 1.2 millones de toneladas por valores cercanos a los 6.068 millones de dólares, según informa la Cámara Nacional de Acuacultura (CNA).
Su gran demanda es impulsada fundamentalmente por su bajo precio, que luego de la pandemia y el conflicto entre la Federación Rusa y Ucrania, el mercado se ajustó en volumen y precio, como resultado de la situación económica.
Desde lo nutricional, la diferencia entre el langostino argentino y el Vannamei de cultivo se encuentra intensamente marcada. El primero, capturado en su entorno natural, se caracteriza por una carne firme, rica en proteínas y de bajo contenido graso, producto de su alimentación. El Vannamei, por el contrario, proviene de criaderos intensivos, donde la dieta es artificial y el uso de antibióticos no es una excepción, sino una herramienta habitual para sostener la producción. Compararlos es confundir un recurso extraído de su medio natural con uno producido bajo condiciones controladas: uno es producto del mar y el otro, de un sistema que muchas veces prioriza cantidad por sobre calidad.
El langostino argentino, en cambio, sigue anclado en una lógica extractiva y de producción primaria, casi primando la exportación de cajas de 2 kilogramos de entero congelado a bordo. Pero ese esquema, centrado en la exportación sin transformación o diferenciación, ya no resulta suficiente. El mercado internacional, particularmente el europeo y el norteamericano, exige cada vez más productos con mayor valor agregado, sostenibles, con trazabilidad, y adaptados al consumo directo.
Tenemos ventajas claras que no podemos desperdiciar. La frescura de nuestro langostino es inigualable: en un gran volumen, se captura a pocas millas de la costa, lo que le permite conservar sus cualidades organolépticas casi intactas. Así como también las medidas en torno a su conservación en la pesquería que se desarrolla en aguas nacionales, y sin dudas, el procesamiento o congelado a bordo casi inmediato luego de su captura.
Además, la certificación MSC (Marine Stewardship Council) con la que cuenta la pesquería que se realiza en aguas de jurisdicción de la provincia del Chubut, aporta un valor extra que muy pocos productos en el mundo pueden ofrecer: garantía de sostenibilidad y de pesca responsable. Incluso, aquella que se desarrolla en aguas de jurisdicción nacional, se encuentra en evaluación dentro del Programa de Mejoras (PROME) en vías de su certificación.
Pero hoy con estos atributos solamente no alcanza, si no se transforman en una estrategia que visibilice el diferencial de nuestro langostino, y que permita que el mercado internacional convalide precios superiores en relación a las características del producto, permitiéndonos ser formadores de precios.
Además, es clave que nuestras empresas revisen y modernicen su proceso productivo: invertir en innovación, en desarrollo de productos elaborados, en envases inteligentes y en nuevas estrategias de marketing. Esto, entendiendo que los hábitos de los consumidores han variado notablemente y debemos adaptarnos a eso, más allá de las exigencias de calidad y trazabilidad, también buscan que los productos sean prácticos, convenientes y listos para consumir, como el sinfín de productos que se observan en supermercados del mundo: en ensaladas, rebozados, cocidos, entre otras presentaciones.
Ya no se trata solo de ver las diferencias con el Vannamei, sino de construir una estrategia comunicacional sólida y articulada. El sector ya comenzó a dar pasos en ese sentido, y lo que sigue es consolidar una visión común que convierta al langostino argentino en sinónimo de calidad, sostenibilidad y valor agregado en el mundo.
Todo esto, es el punto de partida para virar hacia un esquema que ofrezca productos con un fuerte agregado de valor, capaces de competir no solo por sus atributos naturales, sino también por su presentación, funcionalidad y adaptación a las nuevas demandas de los consumidores globales. El futuro del langostino no está en pescar más, sino en pescar mejor, acompañándolo con comercialización estratégica y una cadena de valor que potencie el diferencial argentino.